Cuentos Andinos

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diciembre 09, 2006

Tayta Cáceres y los niños

Sapallanga es un pueblo al sur de la Provincia de Huancayo; Sapallanga en quechua, significa “Tierra de Brujos”. Es un pueblo que aun guarda parte de sus tradiciones e historia. En la Guerra del Pacifico, precisamente en la Campaña de la Breña; la Segunda Compañía del Batallón Santiago del Ejercito Chileno, había tomado posición en la casa de la abuela Amalia Guerra.

Según cuentan los antiguos, el ejercito enemigo estuvo acuartelado durante casi dos meses. Cada mañana cuando los pobladores pasaban frente a la casa de la abuela Amalia, podían ver indignados la bandera chilena flameando en el interior, mientras los centinelas oteaban la calle desde las improvisadas torres de vigilancia.

Cuentan también que Andrés Avelino Cáceres; el gran Mariscal Peruano de la Campaña de la Breña, frecuentaba la zona vestido de mendigo. Quizá para hacer algunas averiguaciones. “Déjenlo pasar, jugaremos un rato con él” –decía el Teniente Gaspar. Sin saber que al ingresar, el brujo de los Andes podía ver la situación en la que se encontraba el enemigo.

De esta forma, el Mariscal podía informar a sus tropas que estaban acampando en las alturas de Tayacaja. Los niños de Sapallanga estaban ansiosos por conocer al Tayta Cáceres, por sus aventuras, los niños lo llamaban el Brujo Andrés. Pero solo algunos de ellos pudieron verlo vestido de mendigo. Cada vez que algún niño se le acercaba, éste sacaba un poco de cancha y queso de su bolso y se los entregaba guiñándoles el ojo.

Según el relato “Los Niños de la Guerra” de Roger Piñas; los niños que llegaron a conocerlo fueron entre otros Matías; nieto de la abuela Amalia, Reinaldo y Virginia, hija de un comerciante Andahuaylino. Eran los encargados de llevar a lomo de mula, las provisiones para la tropa de Cáceres hasta el poblado de Huayunka, a tres leguas de Sapallanga.

En la primera semana del mes de julio, los ánimos estaban alterados entre los chilenos, actitud que era percibida por los pobladores y en especial por los niños que eran los más entusiastas en desalojarlos. Tras los rumores de llegada inminente del ejercito de Cáceres, todos los niños salieron en tropa con sus tambores de guerra y pasaron frente al cuartel enemigo haciendo un sonido que retumbo en toda la calle principal.

Al día siguiente se había desencadenado la feroz Batalla de Marcavalle, en donde el ejército de Cáceres hizo retroceder al enemigo hasta Pucará, luego hasta Sapallanga, luego hasta Huancayo, luego hasta el fin del mundo. Roger Piñas describe muy bien la hazaña de los pobladores de Sapallanga y en especial la labor de los niños diciendo, además:

“Por eso, aquel 08 de Julio de 1882; la Segunda Compañía del Batallón Santiago del Ejercito Chileno, no podrá olvidar a los niños de Sapallanga”.


Del relato “Los Niños de la Guerra” de Roger Piñas.


diciembre 06, 2006

El Toro encantado

Rasuhuillca es una laguna situada a unos quince kilómetros de la población de Huanta. Está en medio de otras tres lagunas que la rodean, pero Rasuhuillca es la mas grande, por lo tanto la principal. La laguna está en la cima de un cerro que domina la entrada del pueblo, por eso se ha construido en ella una represa que suministra de agua para el regadío, y para el consumo del pueblo.

La tradición huantina dice que dentro de ésta laguna se encuentra un toro negro hermoso y corpulento, sujeto con una cadena de oro cuyo extremo guarda una anciana de cabellos canos. Hace muchos años, el toro logro vencer a la anciana y salió a la superficie; e inmediatamente las aguas de la laguna se embravecieron y rompieron los diques con grandes oleajes, inundaron el pueblo, arrasaron toda la población produciendo grandes estragos; entonces, los indios de la altura, al darse cuenta de esto, procedieron rápidamente a echar lazo al toro y lo hundieron nuevamente. Desde aquel día la gente teme que otra vez el toro pueda escaparse y la laguna inunde la floreciente ciudad de Huanta.


Relato recogido en Huanta, Ayacucho.


diciembre 02, 2006

El Terror de los puentes

Era, por entonces, explorador y cierto día, después de una ardua tarea de recorrido por las montañas, durante doce horas, ya cansado y con las fuerzas rendidas, me vi en la necesidad de retornar al pueblo. Los últimos rayos del sol se iban perdiendo tras el murallón de los cerros y aun tenia cinco leguas de camino por delante. La noche se extendió plena de oscuridad. Apenas si se veía a lo lejos, el fugaz centelleo de los relámpagos y el parpadeo luminoso de los cocuyos como chispas de un fuego invisible. Yo seguía sobre mi fatigado caballo, bajo las sombras nocturnales. Tuve que descender por una quebrada en cuyo fondo corría un rió caudaloso, continuando la marcha, me acerque a un puente solitario. La difusa luz de las estrellas se volcaba sobre el agua. Cuando me aproxime más aún, descubrí una silueta humana apoyada sobre la barandilla del puente. Le dirigí una mirada sin acortar el paso. Había llegado casi a la orilla del río, cuando sentí pronto la necesidad de detenerme. Lo que vi fue, entonces, una pequeña sombra humana. Me volví acongojado, con un terror absurdo. No me decidía a moverme en ningún sentido. Mi caballo se encabrito, pugnando por seguir adelante. Sin saber lo que hacia, volví hacia atrás y al volver temerosamente la mirada pude observar que la sombra seguía en su mismo sitio. Un temblor indescriptible recorrió todo mi cuerpo. Tenía las manos crispadas y me era imposible usar mi revolver. Quise gritar, pero sentí que las fuerzas me abandonaban.

Iba a desmayarme cuando escuche los lejanos ladridos de algunos perros y, casi simultáneamente noté que la sombra saltaba hacia el río y se desvanecía en la superficie del agua.


Informante: Máximo Inga. Huancayo, Junín.